Yo, Tituba, la bruja negra de Salem
Maryse Condé
(Traducción de Martha Asunción Alonso)
IMPEDIMENTA, 298 PÁGS.
Quizás, para leer Yo, Tituba, la bruja negra de Salem, debamos empezar por el final, por la “Nota histórica”. Los conocidos juicios contra las brujas de Salem comenzaron en 1692 con la detención Sarah Good, Sarah Osborne y Tituba, pero las acusaciones se extendieron posteriormente a otras localidades cercanas. La historia es de sobra conocida. Diecinueve mujeres ahorcadas y otras muchas encarceladas siguen hoy danto testimonio de ese fanatismo religioso que apesta desde los confines de la historia a machismo y a dominación. Por los datos que se conservan de los juicios, sabemos que, en 1693, un año después, Tituba, que había sido encarcelada, es vendida como esclava a cambio de que su comprador se ocupara de los gastos de su encarcelamiento. A partir de ahí, le perdemos la pista. Y creemos que era importante empezar esta reseña por el final porque ahora entenderemos mejor las palabras que Maryse Condé (1937) sitúa incluso antes de la cita del poeta John Harrington. Condé escribe que “Tituba y yo convivimos en la más estrecha intimidad durante un año. En el transcurso de nuestras interminables conversaciones me contó todas estas cosas. Nunca se las había confesado a nadie”. Es decir, la autora ha construido una biografía ficticia para dar voz a un personaje histórico del que desconocíamos casi todo.
Originalmente, Yo, Tituba… fue publicada en francés 1986. Aunque Maryse Condé, Premio Nobel Alternativo en 2018, es de sobra conocida por textos como La deseada (1997), Corazón que ríe, corazón que llora (1999) o La vida sin maquillaje (2012), la historia de Tituba la consolida para los lectores españoles como una de las figuras más relevantes de la literatura contemporánea.
Con muy pocos años de edad, Tituba descubre, primero, que su madre nunca la había querido y, seguidamente, que tiene la capacidad de conectar con los muertos. Ambos hallazgos van a ser determinantes para su futuro. El relato está inteligentemente construido a partir de la oposición de contrarios: amor/desamor, blanco/negro, vida/muerte, esclavitud/libertad, cristianismo/paganismo, Barbados/Boston, que no son sino materializaciones de ese vínculo entre el protestantismo y el capitalismo, esto es, de la lógica moderna de la explotación. El mundo natural, indígena, autóctono de Tituba mantiene un pulso desesperado contra la (i)racionalidad colonial que lo va arrasando todo. A pesar de la derrota, de las violaciones, del sufrimiento y los asesinatos, la mirada de Tituba es demoledora en tanto en cuanto va desmontando con su testimonio toda argumentación legitimadora del gran relato del capitalismo: “Los blancos arrancaban a miles y miles de nuestros hermanos de las tierras de África. Y no éramos el único pueblo esclavizado: los blancos también sometieron a los indios […]. No te imaginas la manera en la que los tratan. Me han contado cómo los blancos los desposeyeron de sus tierras, cómo diezmaron sus rebaños y repartieron entre su gente “el agua de fuego”, que acaba con cualquiera en un abrir y cerrar de ojos. […] Al haber hecho tanto daño a sus semejantes, a unos por tener la piel negra y a otros por tenerla roja, ¿es posible que se esa la razón por la que los blancos andan tan obsesionados con el pecado?”.
Conforme avanza la lectura, y pese al sufrimiento de la protagonista, tiene uno la sensación de que la verdad de Tituba ilumina, resignifica, religa al ser humano con el alma de una naturaleza olvidada que tanto necesita de la memoria perdida. El amor y la pasión de Tituba, su resistencia honesta, su capacidad para conectar con los invisibles, las arboledas mágicas o la inolvidable Man Yaya funcionan como contrapunto a uno de los episodios más vergonzantes de la historia y ofrecen al lector, aunque débil, un rayo de esperanza.
(Revista Quimera, n.º 465)