Mientras van de Fukushima
las aguas radioactivas hacia el mar,
algunas ballenas cantan
el himno milenario del océano.
Saben que su tiempo ha terminado
y lloran algas cargadas de memoria.
Cuando lleguen a la playa,
dormirán con dignidad
el sueño mineral de los vencidos,
la paz que da saber
que se hizo lo posible por cantar
en un mundo ensordecido por el hombre.
Las olas mecen, dignamente,
la tarde naufragada entre las rocas.
Solo el viento solitario
en el silencio de la orilla muerta.