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UN BESO BLANCO

Cada tarde, mientras leo,

Sancho custodia mi tiempo

con el amor azabache

de sus ojos pequeños.

Cuando me pongo el café,

sube al puff y me contempla.

Su cobijo y su reposo,

su beso blanco sincero.

Echado entre mis piernas

me mira y su bostezo

me dice que no tema,

que nunca estaré solo

y no seré jamás abandonado.

Entonces lo acaricio

y, sosegado,

sigo, seguro, leyendo.

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ALINEACIÓN

En el silencio sideral,

maravillados,

se observan Júpiter y Venus.

Todo un año vagando y esperando.

No volverán a estar tan cerca hasta el siguiente.

Así es su eternidad.

Aquí, a millones de kilómetros,

el frío da una tregua a los laureles.

Andando en plena noche

tus manos rozan mis palabras

y los pasos se entrelazan por el puente.

Venimos de otro tiempo, lo sabemos

como sabe el mar de otros lugares,

y nada nos preocupa

ni el tiempo nos inquieta.

Se han alineado nuestros ojos

y hemos hecho de este cielo nuestra casa.

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COLADA

Mientras tiendo la vida en la azotea

observo la quietud de la montaña.

Si me giro, tengo el mar en la mirada,

todo ese azul que tan bien me conoce.

Puedo oírlos conversar

arrullados por el sol de primavera

con palabras cristalinas como el viento.

Somos en la historia los primeros

en saber a ciencia cierta

que este mar y esta montaña ya están muertos,

que ni es verde la muerte

ni tampoco sostenible.

Picotea un mirlo las macetas,

mira mi sombra tenue en los cordeles

y vuela en la mañana hasta perderse.

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LA HISTORIA DEL VIENTO

Llevo en la piel de la memoria

escrita la historia del viento.

Los ojos llenos de luz verde,

los cabellos en el eco de los riscos,

la espalda dorada como un libro en las orillas.

Aquellas cosas que se olvidan

no vuelven nunca a repetirse.

No es augurio ni condena.

Es un cielo antiguo

huyendo sobre el mar en la distancia.

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CONTINUUM

¿Cómo se empieza de nuevo

cuando empezar debiera ser

un verbo hermoso y transparente,

ligero de memorias,

de deudas y reproches?

¿Cómo se empieza de cero

cuando cero es un morfema de la nada,

el cerco del vacío

o la cintura del silencio?

Porque nada empieza y todo continua,

incluso tú, que te acabaste,

y sigue tu palabra

hiriéndome en la noche.

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UNA MAÑANA DE SEPTIEMBRE

Me bañé en el viento azul

de una tibia mañana de septiembre,

cuando se para el tiempo en la marea

y los niños melancólicos y rubios

miran hacia el mar desde el colegio.

Quien nada en el azul

nunca regresa indemne a las orillas.

Cómo hacerlo si rozó la luz,

si aprendió del vértigo la sed,

si alcanzó el lugar donde residen

las voces que se apagan con los años.

La brisa de poniente aletargada

en el cielo incandescente de mis ojos.

No cabe en la mirada otra manera

de entender la vida que respiro.

Tejerle al tiempo un verso azul

que invente la ficción de detenerlo.

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REGRESO

El horizonte azul de la ciudad

ha curado mi grisura.

Ahora vivo del viento,

de las ramas de mi árbol genealógico,

de mi propia memoria

aún convaleciente.

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EL SUEÑO DEL FUNAMBULISTA

Con el tiempo pisando tus talones

y quemando el porvenir

en tu rostro lo soñado.

El equilibrio es una duna ardiente

empujada por los vientos de la historia

donde se hunden las pisadas,

los recuerdos de familia.

El equilibrio es un acorde,

el frágil filamento de una música que cuenta

la humildad de los orígenes,

el esfuerzo por sacar la boca y tomar aire.

Dicen que la tierra prometida

es azul y fresca como el agua,

que es posible levantarse con el miedo derrotado,

sin las sombras de la sangre

lamiéndole el cogote a la mañana.

Otros ya cruzaron el desierto

con su dios a las espaldas,

con profetas que encontraban

el camino entre las aguas

para huir de la opresión y de la guerra.

Pero los viejos dioses viven en el norte,

se han comprado un nuevo paraíso con domótica,

remojan sus cojones en Chanel y Moët & Chandom,

multiplican el caviar y le embadurnan

a las vírgenes los pechos

y están demasiado entretenidos

como para hacerle caso a un libro antiguo,

a un pueblo pobre, a un hombre solo.

Mientras se cuece y se derrama

la vida por tu rostro,

vislumbras gota a gota un tiempo acuoso

repleto de todo lo que sueñas cada noche:

la brisa que levanta el beso de tu madre,

la brisa que levanta la risa de tu hija,

la brisa que levanta el viento libre,

y entre brisa y risa, viento y beso,

parece aligerarse el peso de la sed,

el propio peso de la vida derramada.

Y así, cuando te acercas al alambre,

tras huir durante meses de tus propias huellas,

el miedo es un recuerdo que no duele,

hecho callo, hecho coraza.

El miedo impulsa tu coraje

y dignifica el desvarío

de la espalda achicharrada,

de los ojos secos,

de la memoria enferma de tristeza.

Es noche cerrada.

Estás encima del alambre.

Hueles el mar, hueles la brisa.

El equilibrio es una pierna ensangrentada,

piel hecha jirones,

la risa de la hija,

el viento libre.

Agarrado, entre dos mundos,

en el dolor y en el orgullo,

el beso de la madre.

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TERRAMAR

Solo a ti te revelé mi nombre.

Cómo imaginar que lo destrozarías

sílaba a sílaba

dejando mi alma a la intemperie.

Aún hablo con dragones en la lengua antigua.

Con alguno recuerdo en ocasiones

la lava aturquesada del origen

y los hechizos cenicientos del alisio.

He perdido mis poderes.

Guardo esta cicatriz hecha de lágrimas

y una vara rota cegada para siempre.

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LA CAVERNA

He vuelto a vivir en una gruta.

Juego en ella con el tiempo,

con la luz,

con la tristeza.

Hace siglos que llegué, cansado,

y encontré en su oscuridad

el alivio,

el perdón

y la condena.

He pintado mi vida en sus paredes,

he dejado la marca de mi alma ensangrentada

en una roca con forma de tormenta

y he plasmado las escenas del amor

con las uñas de una pena irreversible.

Aquí dormirá mi daño,

tranquilo en la quietud de la tiniebla.

La lluvia arrecia fuera.

No es preciso descubrir

ni el fuego ni el milagro

de una lengua primigenia.

Hay poco que decir.

He aprendido que el calor

es solo un espejismo de mi escarcha

y que todo lo que exprese mi alegría

danzará como un pétalo marchito

en la ceniza verde de una orquídea rosa.

Todo está aquí, en estas piedras,

en el eco de una historia

que arrasa y que libera,

que ensalza y que destruye.

Cuando quieran las deidades revelarse

no hallarán en mi conciencia

ni miedo ni oraciones ni deseo

de una vida más allá de esta que vivo.

Soy infierno y paraíso hecho de carne,

reproche y resquemor,

vida y muerte en las mañanas solitarias,

sol y sombras retorcidas en la boca

cada vez que digo yo,

cada vez que yo pronuncia un nombre

y se le escapa la palabra

hasta perderse en el océano.

Desde muy temprano escucho

el roce de la ola y la gaviota,

su sueño milenario

faenando en el salitre.

Acaso habrá un momento en el que encuentre

la ruta que me lleve hasta mi verbo,

allí donde podré reconocerme,

entre el ocaso del verano

y la inocencia de la infancia,

justo en una grieta en donde se diluya la vergüenza.

Mientras tanto, aguardo en esta gruta

la calma del levante,

un suave atardecer que entienda mis heridas,

que solo me consuele,

que no me juzgue más de lo que juzgan mis recuerdos.

El viento trae un rastro de belleza,

un olor, una dulzura muy lejana.

El mar, el mar, el mar.

Todo está aquí mismo, en estas piedras.

Tu rostro imaginado,

las voces de la escarcha

y la tristeza.