Hay una rosa en los atardeceres,
un pétalo en la luz de los amantes
heridos por espinas y palabras.
Una fragancia en cada boca,
el verbo ser de la belleza
y la caída de los párpados del beso.
Es comprender, entonces, que los cuerpos
escriben uno en otro su memoria,
el verso infatigable de la nada
en un rasguño de pureza.
El cielo apaga sus miserias con cuidado,
bajan al infierno los termómetros
y el tiempo toma aliento en la almohada.
Llueve un pétalo en la noche.
Es el amor,
el nombre exacto de las cosas.