Era la luz inalcanzable a mi regreso,
inalcanzable el pensamiento de las aves,
inalcanzable y nuevo
el color ayer turquesa de las olas.
La tierra, lejana desde el faro,
esconde cien murmullos,
la vida artificial de los vencidos,
el verdadero ocaso, la derrota desatada
en los despachos y en los amaneceres.
Sólo a las gaviotas se las oye desde aquí,
su reto constante a la grisura.
Son los pájaros del mar
los que conocen las verdades
de los buques malheridos,
el punto exacto en donde duermen
los recuerdos oxidados de aquel tiempo
en el que fuimos inmortales.
Hace cien años que te espero
para besar y reescribir
tu macondina piel norteafricana.
Te veo acercándote despacio
mecida por la brisa de levante,
los volantes alados de tu falda,
tus cabellos vivos, circulares,
abrazando al tiempo esquivo,
la mirada naranja de los amores maduros,
jugosos como el futuro a fuego lento.
Gritan la luz, el pensamiento, las gaviotas
cuando te ven llegar contra el olvido
cargada de salitre y de esperanza,
narrando con los ojos
la penuria de unos labios
cuarteados por la ausencia,
el cansancio de mañanas y de tardes
buscando entre mis libros la verdad,
y la alegría azul, oxigenada,
de quien se sabe a punto de alcanzar
lo inalcanzable.