Para Antonio Orihuela
Seguramente, en otro tiempo
contemplar este paisaje
era una forma de volver
a revivir nuestros orígenes.
Horizontes brumosos
como el primer significado.
Bosques repletos de memoria,
de voces, de destellos,
de rostros que ocuparon otro tiempo.
Ríos cargados de agua fresca,
de ninfas, de hojarasca y transparencia,
ríos repletos de vida
que se funden con el mar,
océanos henchidos
como el pecho alegre de ese hombre
que miraba el horizonte
y contemplaba su paisaje,
nada parecido
a lo que ven mis ojos hoy.
En el monte hubo una vez un bosque
y en el bosque un río y en el río
la vida cristalina que perdimos.
Los esqueletos de los adosados
son los que dan ahora la sombra.
Bloques de hormigón abandonados,
plástico enredado en los matojos secos,
una verja solitaria y oxidada
a punto de venirse abajo.
Hace un calor extremo.
Yo podría hablar en mi poema
de la sabiduría de las piedras,
de la luz del pensamiento,
de una musa en bañador
o del amor en una copa de ginebra,
pero el calor es extremo
y son tantos los vertidos,
las nubes de residuos en el cielo,
los mares enfangados de desechos
y tantas las especies malheridas
que da vergüenza hablar de amor, de alcohol o musas.
Por eso escribo ‘bosque’ y ‘río’,
escribo ‘mar, ‘agua’ y ‘océano’,
para que existan, así, en estos versos,
para que nadie olvide lo que fueron,
que vendimos nuestro tiempo y nuestro espacio
para hacernos propietarios,
para crecer y progresar y trabajar y ser felices
y seguir creciendo sin descanso como un cáncer,
para inventar la bomba atómica
y llegar a Marte a costa de la sangre de la Tierra
y acabar comprando el aire fresco
con el que combatir este calor oscuro
que ha provocado nuestra venta irreparable.
Mientras se mueren los delfines
en un mar recalentado
y el reposo de las aves
se vuelve edificable,
las terrazas se inundan de cerveza,
de licores los puertos deportivos,
de ignorantes los hoteles cinco estrellas,
y se escribe con petróleo en los diarios
que volvemos a crecer al 3%,
aunque el calor siga asfixiando.
Si fuésemos capaces de extraer
todas las bolsas de palabras fósiles
con las que mover un nuevo mundo,
ésas que se extinguieron hace tanto.
Que del precio del barril
de ‘responsabilidad’
dependiera nuestra vida cotidiana,
que de las prospecciones de ‘conciencia’
sacaran pecho los gobiernos,
que el fracking extrajera la ‘cordura’ a borbotones
para ser capaces de afrontar
esa verdad incontestable:
no nos queda ya
ni tiempo que vender.
El calor es asfixiante.
Dicen que miles de peces muertos
han llegado hasta la orilla
y el alemán es un cliente imprescindible.
Todo lo que hubo aquí una vez.
Todo lo que matamos.
Todo lo que, faltando,
nos matará a nosotros.