«El lenguaje es vida», sostiene Piliph Roth en una de las citas que nos introducen a «Novela negra». Es vida que se crea y se destruye; vida que se transmuta, que es desollada en pos del análisis; vida que es asesinada y que nos asesina. Es así como el escritor crea su propia identidad, con la masa generadora del lenguaje, al mismo tiempo que es destruído por su propia obra, troceado para consumo del lector.
Este es solo uno de los hilos argumentales del nuevo poemario de José María García Linares, que se sumerge en las profundidades de la creación literaria como anticipo de la destrucción. «Novela negra» es una inmensa metáfora sobre la vida como obra escrita (como forzoso crimen literario desde el momento en que la obra es creada para ser publicada), sobre el tiempo homicida, perseguidor sempiterno, estafador de las almas humanas: «el poeta es un condenado a nombrar», decía Juan Ramón Jiménez.
Utilizando como eje vertebrador el lenguaje, las temáticas y los clichés principales de la novela policíaca, José María García Linares construye un poemario verdaderamente misterioso, oscuro, atemporal. El tema de la novela negra, de la literatura del crimen, sirve para retratar con gran lucidez y certeza la realidad del escritor esclavo, de la vida estafada. Como ya hizo Javier Egea en sus «Sonetos del diente de oro» o José María Fonollosa en «Ciudad del hombre», la escenografía misteriosa y el uso de recursos cinematográficos confieren al texto una sensación de oscuridad conocida, de surrealismo contemporáneo. «Un cigarrillo se consume / en un cascado cenicero de Marbella / y las culebras delgadas de los humos / parecen dibujar la secreta ruta / que conduce al pensamiento / (…) ¿Qué razón habrá / para estar tan solo?».