Otra vez me detengo
delante de esta playa y del recuerdo:
las manos de mi madre,
mi cubo y mi rastrillo
y un sándwich de nocilla a media tarde.
Mi infancia hecha de sol y caracolas
y juegos de pelota y pilla-pillas.
El mar llegó, con el levante
y arrastró consigo los castillos…
Intento comprobar, desde la orilla
que “nada puede ser de otra manera,
la huella siempre muere con la espuma
y es así como vivimos”, nos decían.
Sonrío con las algas porque sé
que a pesar de la voz de sus gaviotas,
de rastros con verdades en oferta,
conservo alguna concha en los bolsillos
para escribir la vida a mi manera.