Muchos son los años de viaje
y muchas las historias
que han contado sobre mí.
Me he enfrentado
a los gigantes de la guerra,
a palabras mágicas y hermosas,
a promesas de amor inolvidables,
al olvido del amor y las promesas.
He cruzado los mares y cabalgado los vientos
y he escuchado la voz de las sirenas,
la esperanza en la locura,
la esperanza en otra vida.
Quise llegar a esa otra orilla
que narran sus canciones,
repletas de esplendor y de quietud.
He llorado tormentas y he tocado
el hambre con las manos y la sed
del que sabe que el sendero de la vida
se retuerce en la escasez y el abandono.
Nunca hablaron las sirenas del infierno,
ni de culpas, ni de miedo y soledad.
Cómo imaginar que el final de mi viaje
iba a ser sólo el principio de la pena,
de esta herida supurante que no cierra
ni en los pies ni en la mirada.
Míralos aquí, después de tantos años,
mis dedos adheridos a una verja,
¡oh Ítaca perdida y tan cercana!
Cómo alcanzarte en esta hora
y pronunciar estoy a salvo.
No hay descanso, pues,
para el viajero errante.
A lo lejos lucen las hogueras,
y se oyen las risas de los niños.
Nunca esperó nadie al otro lado.
No hay lugar para la gloria en este canto,
oh Musa.
Los dioses me han abandonado.