He vuelto tantas veces de la muerte
que ya no dicen nada los espejos.
Se han desvanecido los recuerdos
como la lluvia muere en el asfalto.
Mi reflejo es transparente soledad
entre la luz y la tormenta.
Tan sólo una silueta,
una mueca malherida
en el fondo de los charcos.
Llevo siglos escribiendo este poema
y aguardando a que la vida
no me arranque, caprichosa,
de la muerte.
Cada vez que abro los ojos a este cielo
de nuevo las palabras
yacen débiles, enfermas,
incapaces de decir lo que dijeron.
Reescribo, entonces, con dolor
el origen, el destino, la memoria.
Apenas queda tiempo para amar,
para comer o para el sueño,
así es la enfermedad de la escritura.
Vivir es un artrítico tormento
de ojos delirantes y manos arrasadas.
Son tantas las palabras
y tan largo el tiempo…