He de vivir otra lengua
para vivir otra vida.
Una lengua de araucarias,
de voces de levante en los geranios,
de mares helados y verdes,
con la que poder nombrar el cielo
sin temor a convertirlo en una cáscara.
Que cuando diga yo
sea yo lo que pronuncie,
y, cuando me pronuncie,
signifique una mirada libre y calma,
una luz al galope por mis venas.
Verbos con los que escribir
el miedo de ser hombre y el orgullo
de haber nacido hombre en este tiempo,
verbos con los que leer
mi vida en los bolsillos de tu vida
y el tiempo en la mejilla de tus pasos.