La promesa
Damon Galgut
(Traducción de Celia Filipetto)
LIBROS DEL ASTEROIDE
324 PÁG.
Con La promesa, el sudafricano Damon Galgut se ha alzado con el prestigioso Permio Booker 2021, que ahora ve la luz en Libros del Asteroide. Conocido internacionalmente por textos como The Good Doctor (2003) o The impostor (2008), Galgut aborda en esta ocasión las relaciones y conflictos de una familia blanca, los Swart, afincada en las afueras de Pretoria a lo largo de varias décadas. Conforme la trama avanza, asistimos como lectores a la caída del Apartheid y lo que ello supone para quienes han gozado hasta entonces de todo tipo de privilegios y ahora se resisten a perder. La colisión de intereses se materializa a la perfección en una promesa incumplida, la que le exige Mariana a su esposo poco tiempo antes de morir: que Salomé, la criada negra que ha trabajado para ellos, y que la ha cuidado con devoción en los últimos meses de su vida, pueda quedarse en una pequeña casa cercana en la que ha vivido desde siempre. Amor, la hija pequeña del matrimonio, es testigo de esa promesa en labios de su padre y, sin embargo, tendrá que ver cómo el tiempo pasa y esas palabras están a punto de no cumplirse.
La cuestión de la palabra revolotea continuamente a lo largo de la novela (“Que él se haya atrevido a hablar así. Que lo haya verbalizado de esa forma. ¡Ha de ser una maravilla ser hombre!”). Mariana, antes de morir, decide regresar al credo judío que dejó al casarse en su juventud. El pueblo hebreo y el cristiano beben de una misma fuente textual, de la revelación de la palabra divina, aunque sabemos que son los segundos los que creen que la promesa de Dios se cristaliza en la palabra de Jesús. El pulso entre la palabra de Mariana (“Mira cómo vuelan las palabras, como cruzan la puerta de la sala […] Observa cómo se elevan sobre la ciudad y en la pequeña bandada del salmo vuelan hasta la granja”) y la palabra de su marido, Manie, apunta quizás hacia esa dirección, a pesar de que “un cristiano nunca falta a su palabra”. En este sentido es muy sintomática la figura del sacerdote amigo de la familia. Sus intereses, su comportamiento, su casi ceguera total, muy metafórica, y que cuestionan, igualmente, su propia voz religiosa en los sucesivos entierros de la familia. De la misma manera la palabra laica resulta también decisiva. La sombra del testamento (“Eres abogada. Deberías saber que las palabras lo son todo”) y la redacción de la novela inconclusa de Anton nos van a acompañar hasta las últimas páginas. Así, será necesaria la presencia de Amor en los funerales de su familia (Ma, Pa, Astrid y Anton, cuatro nombres que coinciden con las cuatro secciones de la obra) para que se cumpla lo prometido.
“¿Qué quieren de él? ¿Para qué sirve la familia?” es, posiblemente, una de las claves de toda la novela. Ese “para qué” de Anton se transforma en “por qué” en su hermana Amor. A pesar del paso de varias décadas, la pequeña de los Swart no se rinde en su empeño de que las promesas sean cumplidas. Amor es quien nunca olvida a Salomé y quien tiene casi que olvidarse de su propia familia para poder resistir el dolor por la traición, por el incumplimiento de una promesa que permanece viva en su memoria. Atormentada, dolida, desorientada, Amor es capaz de hallar, finalmente, el sentido de su existencia. A mitad de su vida, todo parece, finalmente, posible. Cumplir es, de algún modo, poder vivir en paz.
(Revista Quimera, n.º 469)