No dejas de mirar
la hoja cibernética del mundo.
Qué esperas, qué buscas, qué añoras.
Aguardas a que surjan las palabras
como si de agua milagrosa se tratara.
El tablet, el teléfono, el portátil,
te avisan de que estoy al otro lado,
lejano en lo cercano de tu mesa.
Faltó que nos habláramos entonces,
que ambos nos dijéramos la vida
viviendo cara a cara y cuerpo a cuerpo.
Ahora lo que escribes es ligero como el ruido,
excusas en el código binario del olvido,
metáforas de nuestra soledad,
del ansia de tener en la pantalla
aquello que perdimos con la lluvia,
con la edad, con el descuido.
Así tal vez sea menos doloroso
ir poco a poco disolviéndose,
dejando que el recuerdo se haga foto,
que se abrevien las palabras
y que estar no sea otra cosa que un perfil,
un estado ausente u ocupado,
un icono y una huella digital
de lo perdido una mañana de noviembre.