¿Qué es el mar?
-me preguntó la niña.
Busqué perfumes,
busqué recuerdos,
busqué palabras
y no hallé nada.
Sólo la húmeda luz
con la que se iluminan mis mañanas.
¿Qué es el mar?
-me preguntó la niña.
Busqué perfumes,
busqué recuerdos,
busqué palabras
y no hallé nada.
Sólo la húmeda luz
con la que se iluminan mis mañanas.
Me perdonó la lluvia.
A cambio escribo versos tormentosos
para inundar de luz tu vida,
para calmar mi sed de tiempo,
para mojar de azul mi desvarío.
Caes
como la lengua herida del otoño
sobre el verso septembrino
de las orillas quietas.
Dónde buscar esa palabra
con sabor a sol y a madrugadas
a la luz del tiempo eterno
de un verano que se apaga.
Vas de un lado a otro
mecida por la oscura brisa
de la tarde
hacia el lecho polvoriento de la edad,
sin otra rama a la que asirte.
Una hoja desgarrada por el frío,
por el viento de los años,
por el gris de lo perdido.
Nómada
en continuo ascenso
a los Infiernos.
Rompiste las palabras
como el tiempo sus entrañas contra el faro.
Pulverizado ya el sentido,
queda un vacío en la caída del salitre,
una nube fina de vocales
empujadas por el viento.
Resbalé,
como la gota en el cristal,
para yacer, sereno,
en el alféizar de tu significado.
Iluminaste los rincones
de un lenguaje hecho de sombras.
Nació y lloró el pronombre.
Abrió, por fin, los ojos mi palabra
a la escritura irreductible de tu verbo.
Dije tantas cosas
cuando escribí tu nombre
que se impregnó mi mano
del aliento enfermo de la pérdida:
la soledad irremediable de mi vida,
la ausencia oscura
por donde se resbala
el tiempo malherido de mis ojos.
Si lograra unir
mi palabra al mar
y comprender
la voz de la tormenta;
mirar a la luz
y por fin saber
cuál fue mi nombre.
Sol de invierno
en las orillas solitarias.
Parece la luz el testamento
de un tiempo desahuciado.
Hay restos de la Historia
entre las rocas,
huellas perdidas
en la arena,
gaviotas mudas.
Llegar hasta aquí
y verlo todo
con esa claridad imperturbable.
Diáfana verdad la de esta forma
de vida que llamamos vida nuestra.
Tener, querer y producir
por encima de los ojos de los hombres.
Agotadas, las olas vienen a morir
al silencio de las playas en enero.