Mientras tiendo la vida en la azotea
observo la quietud de la montaña.
Si me giro, tengo el mar en la mirada,
todo ese azul que tan bien me conoce.
Puedo oírlos conversar
arrullados por el sol de primavera
con palabras cristalinas como el viento.
Somos en la historia los primeros
en saber a ciencia cierta
que este mar y esta montaña ya están muertos,
que ni es verde la muerte
ni tampoco sostenible.
Picotea un mirlo las macetas,
mira mi sombra tenue en los cordeles
y vuela en la mañana hasta perderse.