El autor yace muerto
en la escena del crimen.
El casquillo deconstruido
de una bala
junto a la pata de la mecedora.
Todavía el olor
a rizoma
en el ambiente.
Hay que precintar
el piso
con cintas posmodernas,
que no entre nadie,
que nadie toque nada,
ni las palabras ni las cosas.
No se descarta ninguna teoría
ni la hipótesis hipertextual.
Dice una vecina feminista
que tras el estruendo multimedia
vio salir corriendo
a un lector enfurecido.
“¿Por qué un lector?” – preguntó el comisario.
“Quién se mataría, si no,
y seguiría huyendo”.