No hemos dicho nada desde entonces.
Nos ciega la luz, la evidencia despiadada
de haber dejado ir
lo que jamás fue de ninguno.
La mañana pone en los balcones
un rastro de quietud y de victoria,
un poso de triunfo en los geranios.
A las diez la claridad es tan ligera,
tan ligeros los murmullos de los tilos,
tan efímera la vida.
Son la luz, la soledad, la ligereza,
palabras que designan lo perdido:
la dulce y ya añorada densidad
de tu cuerpo en la tiniebla.