Nadie me obligó a quedarme.
Yo solo realicé el camino,
yo levanté esta vida con mis manos.
Volé con la ilusión
de un niño chico
en busca de tesoros escondidos.
Dejé familia, amigos y lenguajes
creyendo que las idas
llevaban los regresos bien cosidos,
que la edad no borraría
mis pisadas de acuarela.
Hoy,
desde esta isla, miro el viento
y apenas hallo un rastro conocido,
una pizca de otro soplo
helado que colgaba de los tilos,
de ese otro lugar jugoso,
fresco, blanco, hospitalario.
Hay tanta luz aquí, cielo excesivo,
tierra seca en la mirada,
sal marina en las heridas,
ecos constantes de la pérdida.
Ya no es posible alzar el vuelo,
el cuerpo olvida con arrugas
el mágico secreto de las hadas
y pesa el mundo demasiado.
Es esta roca, pues, mi vida.
Es esta roca mi abandono.