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CÁNTICO RESEÑAS

UN CÁNTICO HUMANISTA

Reseña de José Sarria, publicada en la web de ACE-Andalucía y en La Voz Cultural

José María García Linares es un joven poeta nacido en la ciudad autónoma de Melilla (“la ciudad de las fronteras” –p.40-), que ha venido a entregarnos este límpido y sereno Cántico, todo un alegato, una insurrección contra la dejación y la amnesia social, desde donde visualizar (que es tanto como rescatar) a los débiles, a los destinatarios de la aporofobia y la xenofobia. Poemario convertido en bandera, estandarte contra el olvido y la conformidad. “Siempre se presupone / nuestra conformidad”, escribía la poeta Ilse Aichinger.

¿Cuántas veces habrá caminado José María frente a la valla que separa la localidad norteafricana de Marruecos?, única frontera de la UE, junto a Ceuta, en África. ¿Cuántas veces habrá sido testigo de la pesadumbre, del abandono, de la visión apocalíptica de la sangre reseca en las concertinas, de las heridas que duelen menos que la indiferencia, de los ojos plagados de tristeza en quienes aspiran, desde el monte Gurugú, alcanzar el Dorado?

Todo ello ha transitado durante años por los canales de su sangre, hasta convertirse en carne de su carne y aliento de su aliento, hasta que la poética, mística de la realidad, ha hecho posible el prodigio de transformar el dolor en belleza, bajo una pacífica rebelión, contenida en ciento noventa y cinco versos, distribuidos en treinta y nueve precisas liras, desde las que asistir a la interpretación lírica del mundo, pero de otra manera, recreado desde otro prisma, al modo del poema “Pido el silencio” de Pablo Neruda: “Pero porque pido el silencio / no crean que voy a morirme: / me pasa todo lo contrario: / sucede que voy a vivirme”. 

En García Linares se concita el milagro, bajo el uso de una composición estrófica no exenta de dificultad, pero elaborada con maestría, demostrando un alto respeto por la tradición (Garcilaso, Fray Luis, San Juan o Blas de Otero) y un excelente dominio de la técnica constructiva que otorga a la obra una armónica, a la vez que sólida, estructura sobre la que discurre como el ligero cauce de un río todo el sufrimiento de quienes estimulados por la fascinación del espejismo del “norte”, abandonaron un día sus raíces y con ello sus anclajes a la vida: “Buscando mi futuro / me fui por esos montes y riberas: / bajo este cielo oscuro, / soñando en las hogueras, / me acerco a la ciudad de las fronteras” (p. 15).

García Linares ha venido a expresar su escepticismo frente a la realidad que se dogmatiza, cada vez más, con discursos excluyentes, supremacistas, racistas y xenófobos. La presencia  de lo arrebatado y perdido, junto a su decidido compromiso, conforman la poética de este luminoso Cántico que se eleva, desde un armonioso manantial reflexivo, a veces con una conmovedora mirada, en bastión contra la ignorancia: antídoto frente a todo tipo de violencia. “La ignorancia lleva al miedo, el miedo lleva al odio y el odio lleva a la violencia”, tal y como nos enseñó Averroes.

Cántico es el acompañamiento, abrazado, a quienes les ha sido arrebatada la voz y la esperanza, el recorrido lírico, desde los ojos, en las manos o la piel de esos otros que caminan como única posibilidad vital. No espere encontrar el lector un relato que nos va a hablar en nombre del otro (lo cual enlazaría con la ya superada poesía social), sino que el hallazgo será el de una propuesta estética que se constituye en y desde el otro, aceptando la irrenunciable premisa de que el otro no solo existe sino que nos constituye: “Mis manos, el alambre, / el rostro de mi madre en la memoria, / dolor y furia y hambre. / La herida es la victoria / de los desheredados de la historia” (p.48).

Poesía inconformista y comprometida, que no significa militancia ni instrumentalización, sino conciencia y humanismo solidario que despliega este cántico fraternal (con reminiscencias de Juan de Yepes: liras VI, VIII, XIII o “pues solo estoy en esta noche oscura”, de la lira XXXI) con los hijos del olvido, destinatarios de la invisibilidad y el naufragio: invitación, desde la apacible mirada, a la reflexión y la consideración del dolor como hecho diferencial de la humanidad respecto de otros seres, para participar de un esfuerzo de emancipación de la sociedad mediante el establecimiento de una nueva educación sentimental de su tiempo, sobre la base de la construcción de una subjetividad encaminada a la reconquista permanente del ser, siguiendo el planteamiento de Adorno, en La educación después de Auschwitz: “Las personas tienen que ser disuadidas de golpear hacia fuera sin reflexionar sobre sí mismas”.

En la abisal iniquidad del discurso del diferente como enemigo, en su desproporcionado tósigo, nuestro poeta ha encontrado el adversario al que combatir, con la serenidad hermosa que le otorga la palabra, con la determinación ardiente de la poesía: subversión frente a lo que se pretende establecer como verdad, para deshacer y desintegrar una realidad que, por imperfecta, se le hace inadmisible, abriendo portillos y ventanas para que acampe el adviento, preámbulo de la llegada de un tiempo nuevo donde “el niño jugará con la serpiente y meterá la mano en su nido”, tal y como anunciara el profeta Isaías; un tiempo por el que arriesgan su vida los protagonistas de este bello Cántico: “Levántase, afilado, / de alambres y cuchillas todo el muro. / Saltar al otro lado, / vivir y estar seguro / después de haber cruzado hacia el futuro” (p. 41).

http://www.aceandalucia.org/index.php?id=noticia0&tx_ttnews[tt_news]=33111&cHash=fb9733f1113c1d729f9a4f050a2582f1&fbclid=IwAR2Bb1mm2VRjyGRoSGazpOHnODv6f6x0uKrIYJ-kZXJSvE9B8WtrfQDrPks
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CÁNTICO RESEÑAS

Un grito a la esperanza

Publicada en el número 445 de la revista Quimera, enero de 2021

Ya Juan de la Cruz, Guillén o Blas de Otero cantaron antes y titularon así sus respectivos libros. García Linares se acerca más al primero en la forma y al tercero en contenido. Las liras sirven al poeta para acercarse/acercarnos a la realidad y hablarnos de problema acuciante: los movimientos migratorios.

El yo lírico se convierte en viajero forzoso, en un caído Ulises que, sin elección, viaja impelido por arribar a su particular paraíso al que llegará según le han contado.

Mucho cantado y demasiado contado después, pedirá a sus dioses que lo acompañen en su periplo nada fácil: las divinidades harán lo propio abandonando, desoyendo y dejando a su suerte a este viajero sin esperanza.

La manera realista que tiene García Linares de acercar la materia poética al lector, se transforma en una épica de lo cotidiano y por momentos nos deja sin aliento: el poeta selecciona forma, contenido y retórica con mucha propiedad, permitiendo al personaje diversos acercamientos al trance de encontrar lo que debe hallar.

Así, la desposesión de todo, la metáfora del abandono y la frontera, se convierten en tres elementos fundamentales que el poeta completará con contrastes acertados y de apariencia absolutamente natural, permitiendo acercarnos más al libro, al contenido y al discurso que el poeta quiere imponer —uno de ellos—: la empatía tan necesaria en tiempos de extremismos y olvidos de personas. Uno de esos contrastes será el agua soñada respecto al desierto de donde proviene el viajero: curiosamente, por la religión, ese manantial buscado ya forma parte de su conciencia, de su día a día mental, por lo que las transiciones hacia el deseo, llegan de manera casi espontánea, sintiendo la desazón, la sequedad de la garganta y hasta los resuellos del personaje. 

El abandonar todo lo necesario realmente como la familia, el espacio, la personalidad, conforma una variante del pensamiento racional del caminante: poseerá cuando llegue trabajo, dinero, espacio… pero no podrá compartirlo con quienes de verdad importan, así que las dudas y sobre todo el miedo, irán construyendo en la metamorfosis obligada que sufre, la nueva materia mental de que se alimenta este hombre. Una de las metas que a la par se convierte en el territorio del pánico puro será esa línea inventada —un atravesarla el deseo más puro—, que es la frontera: espacio antinatural del que somos poseedores al estar del lado poderoso o al menos, organizar el discurso de poder sobre otros pueblos.

Recuerdan las vicisitudes que vive, lo que ve, el tráfago de criaturas con que se cruza, a un roadbook en toda regla: García Linares consigue una especie de road poem de la necesidad, apelando con una forma clásica como es la lira, algo que es consustancial al hombre como es la aceptación del extranjero, que además, es una coyuntura específicamente contemporánea a nuestro sentir, por los problemas, soluciones y decisiones que podamos tomar al respecto desde la nombrada posición de poder.

Con apenas doscientos versos y recordando a los clásicos, García Linares elabora un Cántico que suena a moderno, a complicidad con quienes lean el libro y quieran comprender que la literatura, la poesía, a veces, sirve para desear, con una belleza sorprendente, mediante la denuncia de algo objetivo como es la esclavitud a la que se someten ciertas criaturas por necesidad, la poesía sirve, decíamos, para mostrar el mundo, empatizar con el otro, ansiar ser mejores personas.

Juan Peregrina Martín

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LIRAS Y CONCERTINAS

Por JOSÉ LUIS MORANTE

Cuando habitamos un colorista mapa lírico asentado sobre la libertad estrófica y el verso libre, muchas veces casi en el borde mismo de la prosa, el poeta, ensayista y docente José María García Linares (Melilla, 1977) recupera un esquema clásico, la lira, plenamente apegada al discurrir sosegado de la tradición. Su vehemente cultivo arranca en Garcilaso de la Vega, en el intermedio áureo del Renacimiento, y ha tenido excelsos cultivadores como Fray Luis de León y San Juan de la Cruz. El sólido basamento expresivo prosigue ruta hasta el presente, donde el novísimo Antonio Carvajal personifica al mejor artesano formal  y al impulsor más vehemente de las formas cerradas.

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García Linares, habitante de los márgenes

Por REMEDIOS SÁNCHEZ GARCÍA

Existe desde siempre en lo literario una tendencia dominante que es la que marca el canon sincrónico y una serie de grupos y estéticas que se mueven en la periferia (con sus intentos por alcanzar ese epicentro, también es verdad) y que desarrollan su trayectoria al margen de grupos de poder. Únicamente desde el compromiso con su quehacer poético cotidiano. En esa línea de autores se encuentran —a veces— poetas interesantes como es el caso de José María García Linares (Melilla, 1977). El melillense afincado en Tenerife viene desarrollando una carrera sin prisa pero sin pausa  de la que me gustaría destacar Muros (2009, accésit al Premio Ciudad de Melilla),  Neverland (2010), Novela negra (2013), Palabra iluminada (2018) o Entonces empezó el viento (2019).

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