La fundación de la ciudad
ya casi se ha olvidado.
Sólo algunos riscos temerarios,
algunas sirenas afónicas y viejas
de tanta canción y luna llena,
quizá la negra luz del mar,
recuerden el momento.
Barcos fondeados,
botes de infelices
cargados de armas y penurias,
pisadas que se hundían
en la orilla cenagosa
de una madrugada perdida.
Rompían la oscuridad
débiles antorchas, oscuras
como la soledad de las cavernas,
de las grutas y los pasadizos
de la fortaleza de cartón,
a punto de venirse abajo.
Ladraban los perros a las sombras
llegadas de la playa,
intuyendo la negrura del exilio
derramada en la mirada.
Qué oscuridad la de los cielos,
qué lejanía, qué condena.
Ya nadie recuerda los orígenes,
el sufrimiento de la piedra,
los pasillos helados de nostalgias heladas,
los niños moribundos.
Quedan mariposas amarillas
en las viejas canciones del otoño,
epidemias de insomnio, diluvios universales,
historias de amor entre fantasmas,
extrañas luces en alcobas,
sueños con colas de cochinos.
Hemos olvidado tantas cosas,
las palabras que fundaron las palabras,
los rostros del humo y la misericordia,
los gritos del amor y de la guerra.
El olvido es el futuro de la raza.
Vagar por los pantanos conocidos
con la luz de la ignorancia en las pupilas.
Entonces las murallas son hermosas,
la historia, tan sólo una materia;
las crónicas, papel amarillento
e inservible testigo de lo ignoto.
Hemos olvidado nuestro ayer,
las manos que surcaron los caminos,
las bocas que comieron de la tierra
lo poco que llegaba de los cielos.
Es esta la ciudad, tan bella hoy,
tan llena de colores, de perdones,
de banderas.
Los dioses bajan cada poco
a aprender de la mentira,
del sarcasmo, de la pose milenaria
del cobarde y el ladrón,
y vuelven a sus nubes henchidos de esperanza
mientras el hombre compra tiempo
y vende tiempo,
compra al hombre y vende al hombre.
Son las sirenas viejas y borrachas,
casi mudas de cantarle a los galápagos,
las que saben cómo fue
la fundación
y ríen escamosas y arrugadas,
sabias y vencidas:
Tan larga la noche, tan corta la vida…
Engulle la niebla lo que la luz olvida.