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Libros de Poesía Neverland

CRECIMOS

Crecimos al final

y, aunque mayores,

seguimos dejando abiertas las ventanas.

Quién sabe si una noche,

si en un sueño

aparecen las sombras de los besos

que dejamos volando sobre Neverland.

No.

No es magia,

tampoco fantasía.

Son recuerdos de la propia vida,

sencillamente,

con los que hemos aprendido a construir

lo que nos queda.

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MADRES

Suena el viento

en los cordeles.

Cruje de oscuridad el patio.

Silencio en las habitaciones.

Apenas recuerda ya su voz,

su piel, su abrazo.

La verdadera soledad

es una noche sin madre.

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UN PÉTALO

Hay una rosa en los atardeceres,

un pétalo en la luz de los amantes

heridos por espinas y palabras.

Una fragancia en cada boca,

el verbo ser de la belleza

y la caída de los párpados del beso.

Es comprender, entonces, que los cuerpos

escriben uno en otro su memoria,

el verso infatigable de la nada

en un rasguño de pureza.

El cielo apaga sus miserias con cuidado,

bajan al infierno los termómetros

y el tiempo toma aliento en la almohada.

Llueve un pétalo en la noche.

Es el amor, 

el nombre exacto de las cosas.

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COORDENADAS

Segunda a la derecha

y todo recto hasta el ayer.

Sólo así regresaremos al olvido

naranja de las llamas de cera,

al vaso opaco

en donde bebimos una vez las ansias

fantasiosas de vivir hacia delante.

Queríamos ser mayores en seguida,

llegar a un pacto con relojes sobornables,

recorrer en moto el infinito

sintiendo el viento inacabable,

la lujuria de ser jóvenes sin cascos,

sin miedo, sin crepúsculos.

Quién te ha visto 

y quién me ve,

sacudiendo ahora las arrugas

en busca de una pizca de magia,

de unas alas de verdad,

las que tuvimos siempre y sólo vimos

cuando empezamos a sentir 

el negro en la garganta,

esa pena escurridiza que cala

las pupilas, los muslos, la misma

taza de café donde mojamos

nuestro amor con mermelada.

Miramos hacia atrás

en busca de las huellas que dejamos

en columpios, en los parques,

en las camas que guardaron

el secreto de mi cuerpo

susurrado en tus mil cuerpos,

azul maravilloso siempre nuevo.

Segunda a la derecha

y todo recto hasta el ayer.

¿Estás lista? Piensa en algo bello.

Así volamos.

Así vivimos.

Yo también a ti.

Ya regresamos.

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CASA DE LOS NIÑOS PERDIDOS

A mi abuelo lo mató un cáncer.

Se llevó con él

mi primigenia fantasía,

las canciones con pasteles en el campo,

las historias de la noche de Reyes.

Con ocho años cumplidos

la muerte no fue más que una palabra,

un “el abuelo ha muerto” de mi madre.

No lloré porque “el abuelo está en el cielo”

y volverá, pensaba, en unos días.

El cielo de los niños es de azúcar,

de alas de algodón, de nubes gordas.

Reparten chucherías por las calles,

el sol es de color azul,

la gente viste en manga corta

y ríe, saluda y da paseos.

Desde entonces he buscado la manera

de alcanzar ese lugar,

ese cielo que una vez estuvo arriba,

bien marcado con la cruz de los tesoros.

He caminado por la vida,

por los charcos de los álbumes de fotos

y la voz de los recuerdos,

mas sin suerte.

Con los años las palabras

se han cargado de dolor,

y la muerte, la distancia, las ausencias,

han levantado los tabiques

de esta casa sin jardín,

perdida para siempre en la nostalgia

de un abrazo,

de mis pecas,

 de sus canas. 

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ROCA DE LOS ABANDONADOS

Nadie me obligó a quedarme.

Yo solo realicé el camino,

yo levanté esta vida con mis manos.

Volé con la ilusión 

de un niño chico

en busca de tesoros escondidos.

Dejé familia, amigos y lenguajes

creyendo que las idas

llevaban los regresos bien cosidos,

que la edad no borraría

mis pisadas de acuarela.

Hoy,

desde esta isla, miro el viento

y apenas hallo un rastro conocido,

una pizca de otro soplo

helado que colgaba de los tilos,

de ese otro lugar jugoso,

fresco, blanco, hospitalario.

Hay tanta luz aquí, cielo excesivo,

tierra seca en la mirada,

sal marina en las heridas,

ecos constantes de la pérdida.

Ya no es posible alzar el vuelo,

el cuerpo olvida con arrugas

el mágico secreto de las hadas

y pesa el mundo demasiado.

Es esta roca, pues, mi vida.

Es esta roca mi abandono.

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NEVERLAND

Hay un cielo sucio, emborronado,

a las seis de la mañana de este lunes.

Nunca, jamás podré volver a oír

el eco de tu cuerpo adormecido,

tibio, reposado entre las sábanas.

Ni el tiempo, ni otros cuerpos, ni otra copa

me han devuelto algún pedazo de tu sombra

a la que coser mis sueños y miserias,

mi miedo a las ventanas cerradas, 

mi niñez disfrazada y desvalida.

Alguna vez…

Alguna vez la luz

se agarra al paladar de la memoria

y vuelo loco y desalmado hasta tu estrella,

al regusto algodonado de una nube,

de un cuento espolvoreado por los besos.

Alguna vez el frío

me lleva a tu escondite caldeado,

allí donde es posible ahora y siempre

un vaso muy caliente de esperanza

con galletas, caramelos y miradas.

Alguna vez…

Mi casa gris, emborronada,

con este amor longevo que no olvida,

se ha vuelto camarote de piratas,

rehén de una nostalgia espadachina,

café de agua de mar en taza rota.

Cuando el alba ya no es luz, sino palabra,

y el frío un latigazo sin refugio,

quedan solo cenizas en los marcos,

hadas disecadas en cajones.

Otro lunes sucio y condenado

al adverbio sin lugar ni tiempo.

Nunca jamás tu canto de sirena,

nunca jamás la magia.